Una generación sensible a lo tecnológico e irreal
Hoy quiero reflexionar contigo sobre lo que he vivido los pasados meses entre aeropuertos y aviones. Dos lugares donde se alberga una gran cantidad de población mixta con redes de comunicación sofisticada que los comunican rápidamente con aquellos que conocen y que tienen lejos, pero los incomunica con aquellos que no conocen pero que tienen cerca.
Nos hemos convertido en una generación sensible a lo tecnológico e irreal y, a su vez, totalmente insensible a lo real y humano. Nos movemos con una rapidez pasmosa entre los pasillos de los aeropuertos movidos por la prisa de llegar a un destino conocido o desconocido, tropezando con una inmensa cantidad de seres humanos y viajando largas horas junto a ellos, sin haberle regalado ni un saludo, sin poder recordar sus nombres o haber podido conocer su historia. Perdimos el tiempo leyendo mensajes en nuestros celulares, jugando juegos sin sentido o viendo una vieja película que ya habíamos visto, pero fuimos incapaces de descubrir la fascinante historia de nuestro compañero de viaje o la oportunidad de ganar un nuevo amigo.
Mi gente, ¡hasta donde hemos llegado!
A veces me pregunto como predicaremos el Evangelio a toda nación, tribu, lengua y pueblo, si perdimos la capacidad de comunicarnos verbalmente con aquellos que tenemos tan cerca.
Creo que el reto más grande que tiene nuestra sociedad actual no es alcanzar las alturas o descubrir si hay vida en otros planetas; más bien el de alcanzar al que está a nuestro lado y descubrir que aún hay vida en nuestro planeta.
Las sabias Palabras del Rey Salomón cobran significado hoy cuando nos motiva a mirar a las sencillas e insignificantes hormigas para aprender de ellas, no sólo de su laboriosidad, sino también de su sensibilidad de comunicarse con cada hormiga que encuentra en su camino.
Descompliquemos nuestra cibernética vida y que revivamos las sencillas Palabras del Carpintero de Nazaret cuando dijo: «Amaos los unos a los otros».
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